29.3.06

Una tarde en Otura


Aparcamos a la derecha de las empinadas casas del pueblo.

Disponemos la impedimenta para el acercamiento a la pared.
Como siempre, algún comentario jocoso acerca de mi particular atuendo.

Callejeamos por el pueblo hasta coger un estrecho sendero que, en permanente subida, nos lleva hasta el pie de la roca. Hacia abajo y al frente, una espléndida panorámica, con La Foz, indolente, contemplando las extenuadas montañas que la rodean.

A nuestra espalda, el murallón. Distintas vías taladran su corteza. A primera vista se muestran asequibles y sugestivas.

Somos siete. Un grupo de lo más heterogéneo. Irene y Bárbara, las escaladoras; Tacho, el multiusos; Guille, Goyo y yo, los triatletas; y Raquel, la principiante.

Varios jóvenes trepan a nuestro lado.

Irene y Bárbara son las encargadas de remontar las cuerdas hasta la reunión. Una labor que desarrollan con facilidad y desenvoltura.

Y los demás nos vamos turnando. Unos aseguran, otros escalan.

Va pasando la tarde.
Las emociones empapan la pared.
Goyo, inseguro pero con tenacidad; Guille, disfrutando; Tacho, con firmeza; Irene y Bárbara, recreándose; Raquel, sobrellevándolo; y yo, fortaleciéndome.

Y llega la hora.
Recogemos el material desperdigado por el contorno y descendemos.

Cogemos los coches y en un chigre de La Foz clausuramos la jornada con risas, cacahuetes, cervezas, cafés y hasta una menta-poleo.